domingo, 17 de abril de 2022

Domingo de Resurrección: ¡Resucitó!

 A lo largo de la noche del sábado al domingo, los cristianos hemos vivido (revivido) la resurrección del Señor. Nuestra alegría desborda. Nadie antes ha resucitado como lo ha hecho el Señor. Nuestra alegría debe ser contagiada a todos los que nos rodean.

Pero, ¿dónde encontramos muestras de que este Jesús, el que enterrábamos el viernes, es el que ha resucitado?

En primer lugar, debemos recordar que, ante el sepulcro del Señor, los fariseos y sacerdotes han pedido dejar una guardia romana. ¿Qué ha pasado con ellos? Según san Mateo Mt 28, 11), nos señala que los soldados que estaban de guardia salieron corriendo en dirección a la ciudad y allí dieron aviso a los sacerdotes de lo que había sucedido. Ellos explicaron lo sucedido y los sacerdotes, para callarlos, les dieron dinero y les dijeron que lo que tenían que decir: por la noche vinieron los discípulos y se llevaron el cuerpo de Jesús, mientras nosotros dormíamos. (Mt 27, 13). Esta fue la versión que dieron y hasta nuestros días ha llegado (Mt 27, 14).

En segundo lugar, nos encontramos con la versión de las mujeres. Estas fueron por la mañana, muy temprano, a realizar el lavado del cuerpo de Jesús y a echarle los ungüentos que no habían podido echar el día antes, porque ya era el tiempo de reposo. Por el camino van discutiendo que no se han dado cuenta de cómo mover la piedra que cierra el sepulcro (Mc 16, 3). Así que tendrán que pedir ayuda para rodar la piedra. Pero cuando llegan, descubren la piedra removida (Lc 24, 2). Entraron y no encontraron el cuerpo de Jesús. Allí estaban las ropas dobladas y bien colocadas. De repente se presentaron dos hombres resplandecientes que les señalaron que no tuvieran miedo, porque Jesús estaba vivo, tal y como había dicho y por lo tanto tendrían que ir a buscarlo a Galilea (Lc 24, 4-6). Así que volvieron donde estaba el resto de discípulos y les anunciaron los que había sucedido.

Lo que sí coinciden todos los evangelistas es que, a las primeras que se aparece Jesús resucitado es a las mujeres. Juan nos relata cómo se aparece a María Magdalena y esta no lo reconoce. Incluso lo confunde con el jardinero del cementerio, a quien le pide que, si lo ha sacado del sepulcro, lo devuelva a para que ella pueda darle una digna sepultura, es decir, para que pueda limpiarlo y aplicarle los ungüentos y bálsamos debidos para el difunto (Jn 20, 15).

Y todas ellas, una vez descubierto el sepulcro vacío van en busca de los discípulos para contarles la noticia. Juan y Pedro van a ser los primeros en descubrir y en ver el sepulcro vacío (Jn 20, 2; Lc 24, 20).

A pesar de todas las explicaciones que tenemos, los evangelios son bastante sobrios. El misterio es superior a las palabras que pueda contar lo sucedido. De hecho, el momento y la manera concreta de la cómo fue la resurrección, no aparece en ningún de ello. Nadie lo vio, Nadie fue testigo de ese instante. Jesús resucita y se va manifestando, poco a poco, con distintos signos, a los discípulos.

Lo importante es que la muerte no ha sido la última palabra y que su triunfo sobre ella da sentido a la vida del cristiano y por supuesto a su esperanza. “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe”, va a decir san Pablo a los Corintios (1Cor 15, 17). Porque la fe del cristiano no depende tanto de una doctrina o de un código moral o de unas costumbres, sino de una Persona que comunica vida.

Por eso hoy, Domingo de Resurrección, Pascua, nos atrevemos a gritar a los cuatro vientos: ¡Cristo está vivo, Cristo ha resucitado! Y con él, un día, todos resucitaremos. ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

Artículo publicado en El Faro de Melilla

sábado, 16 de abril de 2022

Sábado Santo: La sepultura del Señor

Jesús había muerto. Todo se había acabado. Los discípulos habían desaparecido. Estaban escondidos por temor a ser presados, lo mismo que había sido apresado Jesús. Ellos estaban convencidos que aquella subida a Jerusalén y aquella entrada triunfal del domingo, significaban que había llegado el momento de Jesús, que se levantaría contra el poder romano y lo destruiría. Pero no, todo había sido al revés. Había sido apresado, había sido azotado, había recorrido las calles de Jerusalén cargado con su propia cruz e incluso había sido colgado de ella. Y allí estaba todavía, a pocas horas de iniciar la Pascua judía.

Así que José de Arimatea, un varón justo y posiblemente del grupo de los fariseos, que era discípulo de Jesús en secreto (Jn 19, 38), se acercó hasta Pilato y le pidió poder bajar el cuerpo de Jesús antes de que se iniciasen los actos de la Pascua (Lc 23, 50-52; Mc 25, 43; Mt 27, 58). No era bueno que quedasen allí los cuerpos a la vista de todos, cuando se iba a celebrar la fiesta más importante del pueblo.

Pilato se lo concede, total, ¿qué más podía hacer por aquel que para él era justo e inocente? Así que José de Arimatea, ayudado de algunos otros, descolgaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en una sábana. Luego lo llevaron a un sepulcro escavado en la piedra y que todavía no había sido estrenado (Lc 23, 53; Mc 15, 46; Mt 27, 60). Las mujeres no pudieron hacer la limpieza del cuerpo, como estaba marcado en la ley, porque ya era la víspera de la fiesta y por lo tanto deberían esperar a que pasase el sábado (el Sabath) que era el día de reposo y descanso (Lc 23, 54; Mc 15, 42)). Y ya el domingo, muy temprano, se acercarían al sepulcro y limpiarían el cuerpo tal y como estaba señalado, con bálsamos y ungüentos olorosos, que Nicodemo, otro fariseo que también seguía a Jesús en secreto, había comprando (Jn 19, 39).

Mientras tanto, los fariseos y sacerdotes se llegan también a Pilato, pero con la intención de pedirle que asegure el sepulcro, es decir, que pusiese una guardia a la puerta porque habían recordado que Jesús, en vida, había dicho en más de una ocasión que resucitaría al tercer día (Mt 27, 63). Ellos temían que los discípulos sacasen el cuerpo y luego dijesen a todo el mundo que Jesús había resucitado, tal y como había anunciado. Para evitar eso, era mejor poner una guardia en la puerta y así los discípulos no harían nada.

Pilato, harto ya de ellos, se la concedió (Mt 27, 65). Así que ellos fueron al sepulcro, lo aseguraron y sellaron la piedra y luego dejaron allí la guardia (Mt 27, 66).

Hoy los cristianos estamos tristes. Se nos invita a meditar sobre la Pasión y la Muerte de Jesús. En este día, nuestra fe nos invita a pensar que Jesús desciende a los infiernos para vencer a la muerte. Tal es nuestra tristeza que es el único día del año que no se celebra la Eucaristía.

Artículo publicado en El Faro de Melilla

viernes, 15 de abril de 2022

Viernes Santo: La Pasión de nuestro Señor

La noche del jueves al viernes se hizo muy larga para Jesús. Fue apresado en el Huerto de Getsemaní. Sus discípulos salieron corriendo en cuanto vieron a los que venían a buscarlo. Pedro, el que parecía más valiente, se esconde entre las sombras y sigue a la distancia toda la comitiva que traslada a Jesús hasta el sumo Sacerdote en primer lugar. Seguimos la narración de san Juan.

En primer lugar, presentan a Jesús ante Anás, suegro de Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año. En el patio de la residencia habían encendido una hoguera donde los guardias y criados se calientan porque todavía las noches refrescaban. Pedro, que iba acompañado de otro discípulo que era conocido en la casa del sumo sacerdote, pudo acceder al patio donde se calentaba la gente. Si bien, antes, en la puerta, una criada lo reconoce como discípulo de Jesús y como uno de los que le acompañaban. Pero él lo niega.

Anás, interroga a Jesús y le pregunta por sus discípulos y sus enseñanzas. Pero Jesús le responde que todo lo que él ha dicho y hecho ha sido conocido por todos. A quienes tienes que interrogar es a los que me han escuchado le responde Jesús. Ellos han aceptado sus enseñanzas y lo han seguido. Él les ha dado de comer cuando han tenido hambre. Les ha curado cuando han venido con alguna enfermedad… Todo ha sido público, no ha escondido y no tiene nada que esconder.

Pero la respuesta es interpretada como una provocación e impertinencia y le abofetean. Pero Jesús no calla. Vuelve a contestar: ¿por qué me pegas? Todo lo que está sucediendo es una injusticia tras otra y por lo tanto le sale de dentro el revelarse.

Mientras tanto en el patio, nuevamente alguien de los que allí se están calentando reconoce a Pedro como de los discípulos de Jesús. Pero Pedro, cada vez con más miedo, vuelve a negarlo. Por si fuera poco, uno de los parientes del que había cortado la oreja cuando llegaron al Huerto de Getsemaní, le reconoce también y además da más pistas: Te he visto con él en el huerto. Ahora sí, Pedro vuelve a negar ya ofendido. Le acusan directamente y se siente acorralado. Y el gallo cantó. Jesús se lo había dicho durante la cena. Tres veces me negarás antes de que cante el gallo.

Trasladan a Jesús a la casa de Caifás. El juicio religioso ya estaba completado. Este enseña en contra de la doctrina del Templo. Cura a los enfermos y además perdona los pecados. Y solo Dios puede perdonar los pecados. Caifás poco más hace, salvo ratificar la sentencia que ya había dado Anás. Era un puro trámite. La noche iba corriendo.

Caifás, que no puede hacer nada porque los que en definitiva tenían poder para ajusticiar a aquel hombre eran los romanos, lo envía al pretorio. Y empezaba a salir el sol y por lo tanto el viernes se echaba y los judíos ya tenían que empezar a guardarse y prepararse para no caer en impureza y no poder celebrar la cena de Pascua, así que evitan entrar en la casa de Pilato. Es este el que sale a su encuentro. Pilato se da cuenta que aquel que le traen atado no tiene pintas de ser un delincuente, ni un ladrón, ni un asesino. Está convencido de que lo traen por algún problema religioso. Seguro que ya había sido informado del tema, y por eso les contesta: lleváoslo y juzgadlo según vuestra ley.

Entonces ellos le exponen el delito del que quieren juzgar a Jesús: Este dice que es el rey de los judíos. Este se enfrenta al César y no lo reconoce. Este… En definitiva, querían que fuese Pilato el que lo juzgara por delitos políticos y por supuesto, cumpliese la pena máxima, la muerte en la cruz. Así que Pilato, viendo la jugada, lo lleva dentro y lo interroga. ¿Eres tú el rey de los judíos? Y Jesús vuelve a contestar con sequedad: ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? El diálogo entre Pilato y Jesús se centra en los aspectos sobre el reino. Era evidente y lógica esta conversación ya que era de lo que le habían denunciado los que lo habían traído. Pero Pilato no encontraba culpable a Jesús. Sabía que se la querían meter doblada. Tenía que salir de aquella como fuera y entonces se le ocurrió que, como era costumbre por la fiesta de Pascua liberar a un preso, esa sería la posibilidad y oportunidad de dejar libre a Jesús.

Así que, Pilato sale ante el pueblo, dispuesto a dejar en libertad a Jesús y les pregunta: ¿A quién queréis que libere, a Jesús o a Barrabás? El pueblo, que ya estaba comprado comenzó a pedir la liberación de Barrabás, que era un bandido. Y a Pilato no le quedó otra opción que liberar a Barrabás. De aquí viene la tradición de liberar a un preso durante la Semana Santa.

Pilato pensó que, castigándolo un poco, el pueblo ya se quedaría tranquilo y satisfecho. Por lo tanto, se lo dio a los soldados para que lo azotasen. Los soldados, conociendo que les habían entregado al llamado “Rey de los Judíos”, le trenzaron una corona de espinas, le colocaron un manto de color lila y le hacían reverencias, mofándose de aquel rey de pantomima, abofeteándole y escupiéndole.

Pilato está convencido de que, con el castigo que le han dado, el pueblo ya está más que satisfecho. Pero no es así. Ahora el pueblo pide que lo crucifiquen. Y a Pilato no hace falta que se lo digan dos veces. Tenía fama de condenar a la crucifixión con demasiada facilidad. Pero en aquella ocasión no ve que sea culpable más que de enfrentarse a los líderes religiosos y por lo tanto sabe que le han pillado por medio. Así que, no le queda otra opción. Se lo entregará para que sea crucificado. La sentencia a muerte de Jesús ya es definitiva.

El día ha ido pasando y ya casi nos adentramos en el mediodía. Jesús tiene que cargar con su propia cruz. En principio los reos cargaban con el madero horizontal, porque el otro ya estaba en el lugar de la crucifixión. Aún así es un peso y Jesús está agotado. Lleva toda la noche sin dormir, ha sido azotado, ha sido abofeteado… Por lo tanto su cuerpo empieza a sentir el agotamiento. Pilato ha ordenado escribir un letrero en latín, en griego y en hebreo, que eran las lenguas oficiales en aquel momento, en el que se leyese: Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos. Esto crea otro nuevo malestar entre las autoridades judías. Este ha dicho que es… Pero Pilato les responde que lo escrito, escrito está. No tiene intención de cambiar nada, porque ya empieza a estar un poco harto del juicio del Nazareno. Lo que él creía que sería un puro trámite, se ha convertido en su calvario personal.

Jesús tiene que recorrer la ciudad cargado con su cruz hasta el lugar donde será crucificado, que se encuentra a la entrada de Jerusalén. El lugar era llamado “de la Calavera”, porque allí era donde se realizaban las crucifixiones por parte de los romanos. No estaba escogido al azar. Era la entrada (o una de las entradas) a la ciudad y, por lo tanto, era como un escaparate para todos aquellos que llegaban a Jerusalén. Venía a ser un mensaje de advertencia: Liadla y esto es lo que puede sucederos.

En su recorrido Jesús cae, es ayudado por uno que volvía del campo, el cireneo (que en el evangelio de Juan no aparece). La gente lo ve pasar y siguen gritándole, escupiéndole, insultándole… Aquel que hacía unos días había entrado montado en un pollino y había sido alabado como rey, ahora volvía a salir de la ciudad, pero no como un rey sino como un bandido ajusticiado. Y los mismos que lo alababan aquel día, hoy lo insultaban.

Jesús llega al lugar donde va a ser crucificado. Los romanos eran expertos en este castigo. No era la primera y no sería la última vez que crucificaban a alguien. La muerte en cruz era lenta. El ajusticiado se retorcía entre el dolor que le producían los clavos en las muñecas. Pero sobretodo era la sensación de ahogamiento lo peor, ya que el cuerpo se iba venciendo hacia abajo y poco a poco la capacidad de tomar aire de los pulmones se veía reducida, hasta el punto de que moría por falta de aire. Pero Jesús estaba agotado, así que su sufrimiento sería corto.

Allí, al pie de la cruz, María, María la de Cleofás, María Magdalena y Juan. Allí es donde Jesús entrega a Juan (el discípulo amado) a María como su madre y a Juan como su hijo. La imagen de una madre viendo morir a su hijo es impresionante. María contempla, impotente, cómo su hijo se va apagando, se va agotando, se va consumiendo poco a poco.

Tengo sed son las únicas palabras que es capaz de pronunciar. Y le ofrecen una esponja empapada en vinagre. Jesús sabe que aquel líquido está preparado para aliviar su dolor. Era una especie de droga que aliviaba al reo. Pero para él todo está cumplido. Jesús ha llegado a su fin. Inclina la cabeza y expira por última vez. Todas las ilusiones de aquel grupo de seguidores han finalizado, se han acabado. Todas sus esperanzas de que triunfarían sobre los romanos y los expulsarían de su tierra, se han visto trastocadas por la muerte de Jesús. Tantos desvelos para nada.

Estaban en las vísperas de la fiesta de Pascua. Los cuerpos están allí a la vista de todos los peregrinos que venían a Jerusalén para celebrar la fiesta y por lo tanto no era buena imagen. Así que los judíos piden a Pilato que los retiren de allí. Los soldados se acercan a los que habían crucificado junto a Jesús y como todavía están vivos, les quiebran las piernas. Pero Jesús ya está muerto, así que simplemente, para asegurarse de que estaba muerto, le traspasan el costado con la lanza. Al momento brotó sangre y agua del costado. Todo terminó hacia las 5 de la tarde.

Artículo publicado en El Faro de Melilla

jueves, 14 de abril de 2022

Jueves Santo: Día del Amor fraterno

Hoy comenzamos lo que llamamos el Triduo Pascual. Los tres últimos días de la vida pública de Jesús. Viviremos en estos días sus últimas horas de vida y su sufrimiento y dolor. Después de analizar estos días las causas que le llevaron a la cruz y que precipitaron su final, hoy vamos a comenzar a vivir, con Jesús y sus discípulos, las últimas horas.

Preparación de la cena de Pascua

Hacia el 14 del mes de Nisán (que corresponde a marzo-abril de nuestro calendario), se celebraba la fiesta de Pascua. Aquella que recordaba la salida de Egipto por parte del pueblo de Israel. Liberación encabezada por Moisés y que les conduciría, durante 40 años, por el desierto en dirección a la tierra prometida. Y la fiesta comenzaba con la cena pascual (Mc 14, 22-26; Mt 26, 26-30; Lc 22, 14-20; 1Cor 11, 23-26). Es posible que Jesús adelantara esta cena a la víspera de la pascua judía. Sin embargo, los preparativos que había que realizar eran claves y por supuesto, no podría faltar el cordero pascual (Mc 14, 13-15).

Jesús envía también a sus discípulos a preparar lo necesario. La sala donde reunirse, lo que debían comprar para preparar la cena… Seguramente que uno de los que marcharon a preparar todo fue Judas, ya que él era el encargado de la bolsa del dinero, lo que hoy llamaríamos el ecónomo. Posiblemente Judas aprovechó para acercarse a los sacerdotes y decirles que él podría entregarles a Jesús. El precio acordado fueron 30 monedas de plata. Ya estaba todo apalabrado e incluso con la clave con la que Judas se acercaría a Jesús y determinaría que ese era al que debían apresar. Esto nos hace sospechar que, o bien al ser de noche ellos no le reconocerían y para no equivocarse y apresar a otro, Judas les daría la clave o bien, no conocían a Jesús y por lo tanto necesitaban que alguien les dijese quién era Jesús.

La cena está preparada y allí se reúne Jesús con sus discípulos. Algo que no nos señalan los evangelios es la presencia de las mujeres y niños que acompañaban a Jesús, que posiblemente, también estaban allí, porque la cena de Pascua era, ante todo, una cena familiar.

El lavatorio

Jesús va a romper el esquema de la cena pascual en varias ocasiones. La primera de ella va a producirse con el lavatorio de los pies. Este hecho es contado por san Juan exclusivamente (Jn 13, 1-15).

Mientras cenaban Jesús se levanta, se despoja de su manto y cogiendo la toalla se la puso a la cintura. Este trabajo estaba destinado a los sirvientes y criados, lo que nos está diciendo que Jesús se pone a servir como servidor a sus propios discípulos. Momentos antes habían estado discutiendo de quién sería el mayor, y ahora Jesús les expresaba y les mostraba que el mayor es el que está al servicio de los demás. Algo que, en nuestra cabeza de hombres no entra. Es evidente que Jesús quiere revelar el valor de la humildad, del servicio. Una lección que ya les había dado muchas veces, pero que no acababan de entender.

Algunos de ellos se resisten, pero destaca la resistencia de Pedro. No me lavarás los pies jamás (Jn 13, 8), es la respuesta de Pedro. Una negativa muy tajante. Pero la respuesta de Jesús ablanda hasta al más duro. Si no te lavo, no tendrás parte conmigo (Jn 13, 8). Ahora Pedro se da cuenta que Jesús está dispuesto a rechazarlo como amigo. Jesús lo conoce demasiado bien y saben que, para convencerle, tiene que esgrimir el argumento más profundo al que se puede llegar: O conmigo o contra mí. Pedro no puede soportar estar alejado de Jesús y le replica: No solo los pies, sino también las manos y la cabeza (Jn 13, 9). Cuando llegue el momento entenderá el gesto de amor que Jesús está realizando, pero ahora solo comprende el amor desde el punto de vista humano.

Una vez terminado el gesto del lavatorio, Jesús vuelve a ponerse el manto y vuelve a sentarse a la mesa. Y trata de explicarles el gesto que acaba de realizar. Vosotros estábais pendientes de quién era mayor, de quién se tiene que sentar más cerca de mí en la mesa, pero lo importante no es eso, lo importante es servir a los hermanos, porque, cuando más se sirve (se da), más se obtiene (se gana) (Mt 20, 25-28). Parece un juego de palabras, pero esa es la realidad y eso será lo que ocurrirá esa misma noche.

La institución de la Eucaristía

La cena continúa. En ella se van mezclando las lecturas del Antiguo Testamento, los salmos y cánticos, las explicaciones de Jesús, los juegos con los niños buscando el pan ácimo… Es una verdadera maravilla poder celebrar y disfrutar de esa cena judía.

Y en uno de los momentos de esta cena, Jesús vuelve a cambiar o a introducir su novedad. Ahora va a tomar un trozo de pan, da gracias a Dios por él y lo parte y reparte entre sus amigos. Y mientras lo hace les va diciendo: Tomad y comed, este es mi cuerpo (Mc 14, 22). Y ellos comen el pan. Poco más tarde, tomó la copa con el vino, le dio gracia a Dios por él y lo pasó a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed, esta es mi sangre que será derramada por muchos (Mc 14, 24). Y ellos beben de la copa. Y completa su mensaje diciendo: Haced esto en memoria mía (Lc 22, 21; 1Cor 11, 24).

Los discípulos no supieron lo que se estaba viviendo en ese momento. No se enteraron de que allí estaba instituyéndose la Eucaristía, ni de lo que significaban aquellas palabras. Se darán cuenta más tarde, cuando Jesús resucitado se les aparece y repite el gesto. Entonces se dan cuenta de lo que aquello significaba, como les pasó a los discípulos camino de Emaús.

En aquella cena, la Última Cena, Jesús vive el momento culminante de su experiencia en la tierra: la máxima entrega en el amor al Padre y a los hombres, expresada en su sacrificio.

Oración en el huerto

Terminada la cena, con la alegría metida en el cuerpo porque están celebrando la pascua, la liberación de Egipto, y sin entender muchas de las cosas que han sucedido durante la cena (el lavatorio, la salida de Judas de la cena, el pan y el vino repartidos, el discurso de despedida de Jesús…), salen a Getsemaní (Mt 26, 36). Pero lo que menos quieren ellos ahora es ponerse a rezar. Tienen dos opciones, que continúe la fiesta o bien que se acabe y marchen a dormir, porque el vino de la fiesta está haciendo sus efectos (Lc 22, 45).

Jesús les pide que se queden esperándole allí, entre los olivos, porque él quiere estar a solas. Necesita encontrarse y disponerse a lo que va a suceder. Pero ellos, entre el cansancio y el vino, quedan dormidos. Jesús así los encuentra y les llama la atención. No podéis velar, con lo que yo estoy pasando y vosotros durmiendo (Mt 26, 40). Vuelve a apartarse a orar y cuando vuelve, otra vez dormidos. Y una vez más les llama la atención. Y como dice el refrán no hay dos sin tres. Pero en la tercera vez, Jesús les dice que ya pueden descansar, porque los que vienen a por él, ya están aquí (Mt 26, 46).

Judas encabeza la comitiva que le va a prender. Se le acerca y, con un beso, lo traiciona (Mt 26, 49). Los que le acompañan lo agarran y apresan. A los discípulos se les quita el sueño y los efectos del vino de golpe. Salen corriendo a esconderse. Pero Pedro, una vez más Pedro, el valiente, saca su espada y corta la oreja de uno de los que vienen a buscar a Jesús. La reacción de Jesús vuelve a sorprendernos, Pedro, guarda tu espada (Jn 18, 11). Entonces es cuando Pedro huye, porque ha visto que Jesús no hace nada por defenderse, sino al contrario, le reprocha que se defienda.

Todo a terminado para Jesús y ahora comienza su calvario. En su oración ante el Padre en el huerto ha pedido que se haga tu voluntad, no la mía, pero si quieres, pasa de mí esta copa (Lc 22, 42). Acepta su destino, porque sabe que es la voluntad de Dios y para lo que se ha preparado durante todo este tiempo, pero le gustaría que no acabase todo aquí.

La alegría y felicidad con la que comenzaba el jueves, se ve truncado por la tristeza, desilusión y soledad del final del día.

Artículo publicado en El Faro de Melilla

miércoles, 13 de abril de 2022

Miércoles Santo: Su coherencia de vida le condena

El enfrentamiento de Jesús con los poderes políticos y religiosos fue una constante a lo largo de su vida pública. Hay que señalar que tampoco fue una cosa que Jesús quisiese o que buscase directamente, pero su estilo de vida y su forma de actuar, le llevaba precisamente a este enfrentamiento continuo, porque les confrontaba directamente con su forma de vivir.

El vaso se fue llenando a lo largo de esos tres años, las curaciones, el perdón de los pecados, las indirectas muy directas, los actos que Jesús hacía y que chocaban con ellos. Incluso, en más de una ocasión les había dicho a sus discípulos y seguidores: Haced lo que ellos dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen (Mt 23, 3), expresando así que la teoría la dominaban muy bien, pero en la práctica no cumplían con lo que predicaban.

Pero quizás fueron dos hechos los que colmaron este vaso, las dos gotas definitivas que llevaron a Jesús directo a la cruz: la resurrección de su amigo Lázaro y la expulsión de los mercadores del Templo. Ambos hechos supusieron un hasta aquí hemos llegado, por parte de los fariseos, escribas y como no, sacerdotes del Templo

Lázaro, María y Marta eran tres hermanos que vivían en Betania. En su casa Jesús se hospedaba cuando subía a Jerusalén (Jn 12, 1). Lázaro había muerto (Jn 11, 38-54) y cuando Jesús se enteró, lloró, expresó así su dolor por la muerte del amigo. Sin embargo, su dolor no queda ahí. Jesús lo resucita después de que llevaba ya varios días (cuatro nos dice el texto) enterrado. Cuando realiza este milagro, allí había muchos judíos que habían venido a consolar a sus hermanas Marta y María. Las autoridades religiosas del pueblo se reúnen en el Sanedrín y se preguntan, ¿qué vamos a hacer con este hombre? Porque hace muchos milagros y la gente le sigue. Si no ponemos fin a esto, los romanos vendrán y nos quitarán nuestra nación (Jn 11, 47-48). Así que la resurrección de Lázaro es un duro golpe para los fariseos, los saduceos (que no creían en la resurrección) y los sacerdotes. Caifás, que era del grupo de los saduceos, es el que plantea que este profeta-maestro tiene que morir, porque es mejor que muera uno solo por el pueblo y no toda la nación sea destruida (Jn 11, 49-50).

Pero Caifás, cuando plantea esta cuestión, no lo hace como una idea suya, sino que lo hace como sumo sacerdote y por lo tanto lo pronuncia como una profecía de Dios. En realidad, lo que propone es dar muerte a Jesús para impedir que siga debilitando la autoridad y la influencia que él (y con él todos los sacerdotes, saduceos y fariseos) tiene como líder religioso.

Lázaro se había negado, por su parte, a no difundir la noticia de que había sido resucitado por Jesús (Jn 12, 9). Lo proclamaba a los cuatro vientos y no se escondía de ello. Esto hace también que él esté sentenciado (Jn 12, 10).

Por si fuera poco, Jesús ha subido a Jerusalén y va a realizar la acción pública más grave de su vida. Se va a enfrentar directamente con el Templo con un gesto muy provocativo (Mc 11, 15-19; Mt 21, 12; Lc 19, 45). Llega al Templo y entra en el patio de los gentiles, donde se llevaban a cabo diversas acciones necesarias para el culto. Allí se cambiaban las monedas del Imperio, que no eran gratas para el sacrificio judío por monedas que eran aceptadas por el Templo (shekel). Allí se vendían las palomas, las tórtolas y todos los animales necesarios para los sacrificios, porque los que subían a Jerusalén preferían comprarlos allí, que tener que cargar desde sus casas, arriesgándose a perderlos por el camino o incluso que llegasen heridos y por lo tanto ya no podían ser aceptados para el culto.

Jesús comienza a tirar por tierra los puestos de los cambistas, las monedas rodaban por el suelo, los animales corrían de un lado para otro en desbandada. Aquello debió irritar y molestar definitivamente a los sacerdotes y recordaron aquellas palabras expresadas por Caifás. Al fin tenían que llevarse a cabo, porque esto ya era demasiado. Jesús había bloqueado y se había enfrentado al buen funcionamiento del Templo, por lo que este gesto tendría consecuencias imprevisibles.

Ha atacado el poder de los sacerdotes con la resurrección de su amigo Lázaro y se además ha atacado el corazón del pueblo judío, el Templo, así que su presencia se hace ya intolerable y molesta. Y, por si fuera poco, en alguna ocasión había mencionado que destruyesen aquel templo que Él, en tres días, lo reconstruiría (Mt 26, 61; Mc 14, 58).

Aquella Pascua del año 30 (aproximadamente) iba a estar marcada definitivamente para Jesús. Iba a suponer su fin. La fecha era también la más apropiada, ya que miles de peregrinos subían a Jerusalén para celebrar la Pascua, desde todas las partes de Israel e incluso de muchos otros lugares del mundo conocido. Sabe que subirá a Jerusalén, pero también sabe que ya no volverá. Todo su mensaje y predicación va a llegar a su fin. Pero no un fin que implica el final de toda su enseñanza y de toda su predicación, sino que aquí empezará algo nuevo.

Por parte de las autoridades religiosas todo estaba visto para sentencia. Tan sólo les quedaba un último detalle, ¿cómo conseguirían arrestarlo? Y para eso necesitaban la colaboración de alguien que lo traicionara: Judas.


Artículo publicado en El Faro de Melilla

martes, 12 de abril de 2022

Martes Santo: Jesús se enfrenta al poder religioso

¿Qué tuvo que suceder para que el ‘profeta’, el ‘maestro’, el que se sentaba en la sinagoga a enseñar, fuese condenado y sentenciado por los líderes religiosos del pueblo?

Jesús, desde muy pronto, entró en conflicto con los fariseos, saduceos. Ellos eran el brazo fuerte de la línea religiosa del pueblo de Israel.

Los fariseos eran un grupo formado por letrados, muy familiarizados con la llamada Ley de Moisés y además eran muy estrictos y rigurosos en el cumplimiento de la misma. Probablemente influían mucho en la vida de la gente con sus sentencias y sus exigencias. Israel era el pueblo elegido por Dios y por lo tanto debían esforzarse en cumplir las normas prescritas en la Ley. De esta forma se diferenciarían del resto de pueblos de la tierra. Sus desvelos se centraban en las prescripciones más comunes: el sábado, el pago de los diezmos al templo o la pureza en los ritos. Tal era su celo que les llevaba a exigir al pueblo normas marcadas exclusivamente para los sacerdotes.

Los saduceos eran una minoría aristocrática que desarrollaba su vida en torno al templo de Jerusalén. No les preocupaba la vida fuera de las murallas de Jerusalén, centrándose en ella como la ciudad en la que se encontraba la “casa de Dios”. Tenían sus propias tradiciones, en ocasión distintas a las de los fariseos y eran un grupo vinculado al poder, que colaboraba con las autoridades romanas para mantener su estatus. No les interesaba la doctrina de la resurrección, porque no creían en la ‘otra vida’. Lo importante era vivir esta.

El enfrentamiento de Jesús con los fariseos y saduceos queda reflejado en numerosos pasajes de los evangelios. Ellos iban a buscar a Jesús con sus preguntas y él les echaba en cara toda su falsedad e hipocresía. La mutua hostilidad fue en aumento a medida que Jesús progresaba en su enseñanza y subía hacia Jerusalén.

Era evidente que no podían ignorar a un hombre que hablaba con tanta pasión de la voluntad de Dios y de su reino. Muchos de ellos le escuchaban con agrado e incluso se hicieron discípulos suyos (Nicodemo, José de Arimatea…). Sin embargo, Jesús los desconcierta ya que no vive la ley como ellos proponen. Jesús no se preocupa de los aspectos rituales del lavado de manos, o incluso de las leyes sobre el sábado. Y otro aspecto que también les va a irritar será cuando habla en nombre de Dios directamente, cuando se apropia de la autoridad de Dios y llega a perdonar los pecados, algo relegado exclusivamente a Dios. Jesús asombraba con su forma de enseñar, con su autoridad (Mc 1, 22).

Mientras ellos se esfuerzan por interpretar, explicar y actualizar la Ley de Dios y las tradiciones, Jesús insiste en comunicar su propia experiencia de un Dios Padre. Lo importante no es observar la ley sin más, sino escuchar la llamada de Dios. Dios ha irrumpido en la vida del hombre y no hay vuelta atrás, porque lo que busca es una vida más humana y menos legal.

Jesús se va ganando poco a poco el rechazo de los fariseos y saduceos. Es un transgresor de la ley y además no se esconde a la hora de acoger a los pecadores, a los que están fuera de la ley, incluso con mujeres y niños se le ha visto. Todo esto resulta ofensivo para ellos que no les queda otra solución que tratar de deshacerse de aquella persona tan indigna.

Hasta donde llegaría su odio por Jesús que en el evangelio se nos habla de la unión entre fariseos y herodianos, eternos enemigos, para poder acabar con la influencia de Jesús en el pueblo. Si bien, la muerte de Jesús no se va gestando en sus enfrentamientos con los fariseos, sino más bien en la aristocracia de Jerusalén.

La aristocracia de Jerusalén estaba formada por una minoría de ricos e importantes del pueblo. Muchos de ellos eran sacerdotes. Poseían grandes riquezas, mansiones y propiedades que iban adquiriendo con distintos engaños y presiones. Vivían de los diezmos, las tasas, las donaciones que llegaban al templo. Era un sector muy corrupto.

El Sumo Sacerdote, en tiempos de Jesús, tenía poder de gobierno en Jerusalén y en Judea. Gozaba de plena autonomía en las cuestiones del templo: sacrificios, diezmos, el tesoro… Contaba con su propia policía que mantenía el orden dentro del recinto del templo. Además, intervenía en los litigios y en los asuntos de los habitantes de Judea, aplicando la ley y tradición de Israel

Tal era su poder que no se centraban exclusivamente en autoridad religiosa, sino que también ejercían poder político en colaboración con el precepto romano, que además era quien lo cesaba y designaba.

Aquel poder de Jesús de, no solo curar sino perdonar los pecados, era para ellos un gran desafío, porque la creencia que existía era que la enfermedad era producida por el pecado. Y ese derecho de eliminar el pecado sólo estaba otorgado a Dios. Y, por otra parte, Jesús lo hacía sin pertenecer al linaje sacerdotal, otro de los requisitos prescritos en la ley.

Así pues, las disputas o el rechazo por parte de las autoridades religiosas, fue quizás el origen de la condena de Jesús. Hemos de recordar que, una vez apresado Jesús, lo primero que se le hace es llevarlo al Sumo Sacerdote para que este realizase el juicio religioso sobre él. Y posteriormente es llevado ante Pilato, porque ellos no podían condenar a muerte a nadie, ya que eso les correspondía a los poderes políticos de Roma.


Para nuestra exposición hemos utilizado las ideas del libro de Pagola, J.A. (2007). ‘Jesús. Aproximación histórica’. Editorial PPC.

Artículo publicado en El Faro de Melilla

lunes, 11 de abril de 2022

Lunes Santo: Jesús se enfrenta al poder político

¿Qué le llevó a Jesús a la muerte en la cruz? Su trágico final no fue una sorpresa. Se había ido gestando día a día desde que comenzó a anunciar su nuevo reino. Mientras la gente lo acogida casi siempre con entusiasmo, en diversos sectores sociales se iba despertando la alarma. Su conducta original e inconformista los irritaba. Jesús era un estorbo y una amenaza. Posiblemente su actuación desconcertaba a casi todos, provocando reacciones diversas, pero el rechazo se iba gestando no en el pueblo, sino en aquellos que veían peligrar su poder religioso, político y económico.

El mayor peligro para Jesús venía de quienes ostentaban el máximo poder. Su anuncio de la implantación inminente del reino de Dios, su visión crítica de la situación, su programa de solidaridad con los excluidos y su libertad, representaban una radical y peligrosa alternativa al sistema impuesto por Roma. Jesús se fue convirtiendo en un peligro potencial de subversión, por lo que debía ser ejecutado sin más dilación en el tiempo.

Roma controlaba todo el territorio judío. En Galilea, al norte, reinaba Antipas, vasallo fiel del emperador. En Judea, al sur, gobernaba directamente el prefecto romano. Y, aunque Jesús actuaba sobretodo en Galilea, no va a ser Antipas quien lo va a ejecutar. Seguramente que había oído hablar de él, conocía su vinculación con Juan el Bautista y de su posible peligrosidad como fuente de subversión. Pero nunca lo detiene, a pesar de que en alguna ocasión estuvo cerca de hacerlo (Lc 13, 31). No quiere provocar más descontento tras el resentimiento popular provocado por la ejecución de Juan el Bautista.

Tampoco Jesús muestra desprecio por Antipas, a quien, en alguna ocasión llega a llamar «zorra» (Lc 13, 32), pero más porque también a él quiere atraparlo como hizo con Juan el Bautista, que por otra cosa. Se burla del emblema acuñado por Antipas en sus monedas, quien había elegido el tema vegetal de la caña, que crecía abundantemente a orillas del mar de Tiberíades (Mt 11, 7-9).

Es seguro que en el palacio de Cesarea, donde residía Pilato, y en la torre Antoniana de Jerusalén, donde permanecía vigilante una guarnición de soldados, no dejarían indiferente a nadie las noticias que llegaban de Galilea. Pero tampoco les sobresaltaba de manera excesiva, porque estas noticias eran un tanto confusas. A medida que van descubriendo la atracción que Jesús ejercía en el pueblo y, sobre todo, cuando ven la libertad con la que lleva a cabo algunos gestos provocativos en Jerusalén, precisamente en el ambiente de las fiestas de Pascua (Mt 21, 12; Mc 11, 15; Jn 2, 14-15), empiezan a tomar conciencia de su peligrosidad.

Desde el principio de su misión, Jesús emplea como símbolo central de su mensaje un término político. A todos trata de convencer de que la llegada del «imperio de Dios» es inminente. El termino que utilizaban para señalar «reino», se empleaba en los años treinta para hablar del «imperio» de Roma.

Es cierto que Jesús no piensa en una sublevación contra Roma en plan suicida, pero su actuación empieza a ser peligrosa, porque por donde pasa enciende la esperanza de los que no tienen nada, de los que tienen hambre de los que están abatidos. Él sabe que el cambio no se puede lograr contra las legiones romanas, pero al poner toda su esperanza en la fuerza del Dios de Israel, hacía temblar hasta los muros más sólidos.

Quizás nos resulte difícil captar la tragedia político-religiosa que se vivía en Israel. Eran el pueblo elegido de Dios y, sin embargo, vivían sometidos al poder maléfico de Roma. No podían concebir una opresión tan cruel sin pensar en la intervención de fuerzas sobrehumanas hostiles a Israel. Los romanos eran las fuerzas malignas que se habían apoderado del pueblo y lo estaban despojando de su identidad. El imperio de Jesús empezaba a hacerse sentir y las gentes de Galilea intuyeron que ya estaba pronta la derrota de los romanos, pero es poco probable que estos vieran en su extraño comportamiento una amenaza para el Imperio.

Quizás el hecho más relevante de enfrentamiento, que tampoco fue tal, de Jesús con el poder romano debía ser aquel en el que le presentaron una moneda del César y le preguntaron si era lícito pagar o no el tributo al César (Mc 12, 13-17). Hay que señalar que esta pregunta tenía trampa, ya que si respondía negativamente podía ser acusado de rebelión contra Roma, y si aceptaba el pago del tributo, quedaría desacreditado ante las gentes del pueblo, que vivían exprimidas por los impuestos y que Jesús defendía. Así que Jesús, pide que le enseñen la «moneda del impuesto» y pregunta por la imagen que aparecía en ella. Representaba a Tiberio y la leyenda decía: Tiberius Caesar, Divi Augusti Filius Augustus; en la parte de atrás se leía: Pontifex Maximus. El gesto de Jesús es ya clarificador. Sus adversarios vivían esclavos del sistema, pues utilizaban aquella moneda acuñada con símbolos políticos y religiosos y por lo tanto estaban reconociendo la soberanía del emperador. No es su caso, ya que él no poseía esa moneda en su bolsillo, ya que tuvo que pedirla y vive de manera libre, dedicado a los más excluidos dentro del Imperio. 

Así que la respuesta que da, lo hace desde la libertad: «Devolved al César lo que es del César y dad a Dios lo que es de Dios». Con esta respuesta parece que Jesús está aceptando el sistema y por lo tanto el pago del tributo. Pero su mensaje es mucho más sencillo: «Si te aprovechas del sistema, te beneficias de él y colaboras con Roma, cumple tus obligaciones con los recaudadores y entrega al César lo que de él viene. Pero no dejes en manos del César lo que viene y pertenece solo a Dios». La respuesta es muy hábil y por lo tanto sortea la trampa que le habían tendido. Este hecho, Lucas lo señala como una de las acusaciones que se presentaron ante Pilato: anda alborotando al pueblo y prohibiendo pagar tributos al César (Lc 23, 2). 

Pero este hecho, no fue solo una trampa, sino que el hecho se remontaba al año 6 de nuestra era. Jesús tendría unos diez o doce años y posiblemente conoció el suceso. Una vez que fue destituido Arquelao como tetrarca de Judea, Roma pasó a gobernar directamente la región. En adelante, los tributos se pagarían directamente al prefecto romano y no a la autoridad judía que estaba subordinada a Roma. La nueva situación provocó una fuerte reacción promovida por un tal Judas, oriundo de Galilea y un fariseo llamado Sadoc. Su planteamiento iba a la raíz: Dios es el «único Señor y dueño de Israel»; pagar el tributo al César era sencillamente negar el señorío del Dios de Israel. En realidad, este era el sentir de todo el pueblo, solo que Judas y Sadoc lo planteaba con radicalidad: los judíos deben aceptar le imperio exclusivo de Yavé sobre la tierra de Israel y negarse a pagar el tributo al César. Roma terminó con aquel movimiento, pero las discusiones no cesaron.

Jesús resultaba un elemento inquietante para quienes vivían del Imperio de Roma: la aristocracia del templo, las familias herodianas y el entorno de los representantes del César. Esto fue lo que los llevó a acusarlo ante Poncio Pilato y sobre su cruz colocaron la inscripción: Este es el rey de los judíos (Mt 27, 37). He aquí la acusación política formal.

Para nuestra exposición hemos utilizado las ideas del libro de Pagola, J.A. (2007). Jesús. Aproximación histórica. Editorial PPC.


Artículo publicado en El Faro de Melilla

domingo, 10 de abril de 2022

Domingo de Ramos: Entrada triunfal en Jerusalén

Nos encontramos en el pórtico de la Semana Santa. Y cruzamos esta puerta entre cánticos y alabanzas: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Así fue recibido Jesús cuando entró en la ciudad de Jerusalén montado en un borrico y rodeado por sus discípulos. La gente lo aclamaba, lo festejaba y con sus mantos extendidos en el suelo, simulaban hacerle una alfombra. Ramos de olivo al aire, palmas y alegría. Llegaba el Mesías a Jerusalén y por fin se iba a cumplir el plan salvador de Dios. Pero toda esta alegría, se vería truncada a lo largo de la semana que iba a comenzar. Toda aquella fiesta terminaría en lloros y gritos, pero de dolor.

El Domingo de Ramos está lleno de símbolos, que van a predecir lo que terminará sucediendo el Viernes Santo. Pero también es verdad que este final ya estaba marcado mucho antes del Domingo de Ramos. Jesús se había enfrentado a todos los poderes: políticos y religiosos y, como era de suponer, aquello no le llevaría a un final dulce y agradable.

El símbolo del pollino

El mismo hecho de subir desde la fuente Guijón hacia las puertas de Jerusalén era un rito que se usaba en tiempos del rey Salomón y que sus sucesores continuaron al inicio de su reinado (1Re 1, 32-35), indica que Jesús no lo estaba haciendo al azar, sino que tenía muy bien pensado lo que iba a hacer y por lo tanto lo que iba a pasar.

Creo que nadie se puede imaginar a un rey montando en borriquillo o pollino. Más bien, un buen rey que se precie montaría en un caballo, de raza, con un porte elegante y fino. Sin embargo, en el texto del evangelio de Lucas (Lc 19, 28-40) se nos habla de que Jesús entra en Jerusalén a lomos de un burro. Los burros eran animales destinados a los trabajos en el campo.

Pero esta entrada de Jesús montado en un burro estaba ya descrita en el profeta Zacarías, quien había dicho: “Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna (Zac 9, 9). Así se trataría de un rey pacífico y universal.

Los vítores de la gente que lo recibe, prácticamente lo están proclamando rey del pueblo de Israel como lo fue en sus tiempos David.

Así que, esta entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, les muestra a todos que él es el Cristo, el Hijo de Dios, tanto que, ya en el siglo II, este episodio se considera la afirmación principal del “mesianismo” de Jesús. El burro también puede representar el elemento instintivo y terrenal del hombre, que Jesús va a conducir hacia la salvación.

Los ramos de olivo (palmas)

El evangelio de Lucas no menciona para nada los ramos de olivo ni las palmas. Sí lo hacen Marcos y Mateo, diciendo que la gente agitaba ramas de olivo al paso del Señor. Juan por su parte, nos dirá que lo que agitaban eran palmas. Tanto las ramas de olivo como las palmas, tienen también su significado.

La palmera es una planta que se renueva cada año con una hoja, lo que nos aporta una imagen mesiánica de la creación, un puente entre Dios y el hombre, la montaña y la ciudad. Hasta el siglo IV, una tradición existente en Jerusalén señalaba físicamente la palmera de la que habían obtenido las ramas aquellos que habían alabado la entrada de Jesús.

En Occidente, las palmeras no crecen o no son tan frecuentes, con lo que fueron reemplazadas por las ramas de olivo, donde sí se podían encontrar. El olivo simbolizaba la paz desde los tiempos de Noé, cuando, después del diluvio, la paloma volvió a él a la hora de la tarde; y he aquí que traía una hoja de olivo en el pico; y entendió Noé que las aguas se habían retirado de sobre la tierra (Gén 8, 11), indicando así que todo había acabado y volvía la normalidad (la paz).

Incluso en los países del norte de Europa, donde encontrar olivos es difícil, utilizaban ramos de flores entrelazadas para la procesión del Domingo de Ramos.

Comienza la última semana de Jesús

Y termina el evangelio de Lucas (Lc 19, 39-40), señalando que algunos de los fariseos que allí estaban, le pedían a Jesús que mandase callar a sus discípulos, porque lo que estaban haciendo no estaba bien. Pero Jesús no los manda callar, ni les recrimina lo que están haciendo, y eso que siempre les había insistido en que no dieran a conocer su condición. Y es que los gritos de la multitud aclamaban y reclamaban la autoridad especial que tenía Jesús, como la había tenido el rey David en su época. Pero Jesús había subido a Jerusalén consciente de que sería su última Pascua y que allí iba a terminar todo (o mejor dicho, comenzar algo nuevo). Jesús eligió un burro, símbolo de mansedumbre y así les daba una lección acerca de la autoridad. Entraba en Jerusalén, no como un conquistador y rey poderoso, sino como un siervo humilde y paciente. Consciente de que había llegado su hora.

Con el Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa, y con ella reconocemos a Jesús como el rey salvador que necesitamos, reconocemos que es él quien debe tener dominio sobre nuestras vidas para que podamos sentirnos seguros, firmes, felices, serenos… Para que no nos domine el odio, el miedo, la injusticia, la tristeza. Hoy recordamos que Jesús es el rey de nuestras vidas, de nuestro hogar y de todo lo que somos y tenemos. 

Artículo publicado en El Faro de Melilla

jueves, 7 de abril de 2022

Lluvias torrenciales en Melilla

 Hacía tiempo que no se veía llover en Melilla como lo ha hecho estos dos días. Es cierto que cuando llueve un poco fuerte enseguida tenemos el centro inundado. Unos lo achacan a que los sistemas de bombeo que se instalaron no funcionan en condiciones. Otros señalan que no se limpian las arquetas en condiciones. Otros que el cauce del río fue desviado en su momento y que cuando llueve un poco fuerte, este vuelve a su cauce, que pasaba por la calle General Marina, que siempre es la primera en inundarse.

Lo cierto es que, como ha llovido en estos dos días, hacía tiempo que no lo hacía. Y también es cierto que, por muy bien que hubiesen funcionado las bombas, o las arquetas hubieran estado muy limpias o que si el río no se hubiese desviado, el centro se hubiese inundado igual. Es más, estoy convencido de que si la cantidad de agua (42 litros por m2) hubiese caído en cualquier otra ciudad, esta se hubiera inundado igualmente. Porque era impresionante ver cómo llovía el martes pasado.

Aquí dejo algún vídeo que refleja la fuerza del agua.




Los Santos Inocentes

 El 28 de diciembre la Iglesia Católica celebra el día de los Santos Inocentes. Con esta fiesta recuerda lo que la tradición narra y los eva...