Pero Caifás, cuando plantea esta cuestión, no lo hace como una idea suya, sino que lo hace como sumo sacerdote y por lo tanto lo pronuncia como una profecía de Dios. En realidad, lo que propone es dar muerte a Jesús para impedir que siga debilitando la autoridad y la influencia que él (y con él todos los sacerdotes, saduceos y fariseos) tiene como líder religioso.
Lázaro se había negado, por su parte, a no difundir la noticia de que había sido resucitado por Jesús (Jn 12, 9). Lo proclamaba a los cuatro vientos y no se escondía de ello. Esto hace también que él esté sentenciado (Jn 12, 10).
Por si fuera poco, Jesús ha subido a Jerusalén y va a realizar la acción pública más grave de su vida. Se va a enfrentar directamente con el Templo con un gesto muy provocativo (Mc 11, 15-19; Mt 21, 12; Lc 19, 45). Llega al Templo y entra en el patio de los gentiles, donde se llevaban a cabo diversas acciones necesarias para el culto. Allí se cambiaban las monedas del Imperio, que no eran gratas para el sacrificio judío por monedas que eran aceptadas por el Templo (shekel). Allí se vendían las palomas, las tórtolas y todos los animales necesarios para los sacrificios, porque los que subían a Jerusalén preferían comprarlos allí, que tener que cargar desde sus casas, arriesgándose a perderlos por el camino o incluso que llegasen heridos y por lo tanto ya no podían ser aceptados para el culto.
Jesús comienza a tirar por tierra los puestos de los cambistas, las monedas rodaban por el suelo, los animales corrían de un lado para otro en desbandada. Aquello debió irritar y molestar definitivamente a los sacerdotes y recordaron aquellas palabras expresadas por Caifás. Al fin tenían que llevarse a cabo, porque esto ya era demasiado. Jesús había bloqueado y se había enfrentado al buen funcionamiento del Templo, por lo que este gesto tendría consecuencias imprevisibles.
Ha atacado el poder de los sacerdotes con la resurrección de su amigo Lázaro y se además ha atacado el corazón del pueblo judío, el Templo, así que su presencia se hace ya intolerable y molesta. Y, por si fuera poco, en alguna ocasión había mencionado que destruyesen aquel templo que Él, en tres días, lo reconstruiría (Mt 26, 61; Mc 14, 58).
Aquella Pascua del año 30 (aproximadamente) iba a estar marcada definitivamente para Jesús. Iba a suponer su fin. La fecha era también la más apropiada, ya que miles de peregrinos subían a Jerusalén para celebrar la Pascua, desde todas las partes de Israel e incluso de muchos otros lugares del mundo conocido. Sabe que subirá a Jerusalén, pero también sabe que ya no volverá. Todo su mensaje y predicación va a llegar a su fin. Pero no un fin que implica el final de toda su enseñanza y de toda su predicación, sino que aquí empezará algo nuevo.
Por parte de las autoridades religiosas todo estaba visto para sentencia. Tan sólo les quedaba un último detalle, ¿cómo conseguirían arrestarlo? Y para eso necesitaban la colaboración de alguien que lo traicionara: Judas.
Artículo publicado en El Faro de Melilla
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