jueves, 14 de abril de 2022

Jueves Santo: Día del Amor fraterno

Hoy comenzamos lo que llamamos el Triduo Pascual. Los tres últimos días de la vida pública de Jesús. Viviremos en estos días sus últimas horas de vida y su sufrimiento y dolor. Después de analizar estos días las causas que le llevaron a la cruz y que precipitaron su final, hoy vamos a comenzar a vivir, con Jesús y sus discípulos, las últimas horas.

Preparación de la cena de Pascua

Hacia el 14 del mes de Nisán (que corresponde a marzo-abril de nuestro calendario), se celebraba la fiesta de Pascua. Aquella que recordaba la salida de Egipto por parte del pueblo de Israel. Liberación encabezada por Moisés y que les conduciría, durante 40 años, por el desierto en dirección a la tierra prometida. Y la fiesta comenzaba con la cena pascual (Mc 14, 22-26; Mt 26, 26-30; Lc 22, 14-20; 1Cor 11, 23-26). Es posible que Jesús adelantara esta cena a la víspera de la pascua judía. Sin embargo, los preparativos que había que realizar eran claves y por supuesto, no podría faltar el cordero pascual (Mc 14, 13-15).

Jesús envía también a sus discípulos a preparar lo necesario. La sala donde reunirse, lo que debían comprar para preparar la cena… Seguramente que uno de los que marcharon a preparar todo fue Judas, ya que él era el encargado de la bolsa del dinero, lo que hoy llamaríamos el ecónomo. Posiblemente Judas aprovechó para acercarse a los sacerdotes y decirles que él podría entregarles a Jesús. El precio acordado fueron 30 monedas de plata. Ya estaba todo apalabrado e incluso con la clave con la que Judas se acercaría a Jesús y determinaría que ese era al que debían apresar. Esto nos hace sospechar que, o bien al ser de noche ellos no le reconocerían y para no equivocarse y apresar a otro, Judas les daría la clave o bien, no conocían a Jesús y por lo tanto necesitaban que alguien les dijese quién era Jesús.

La cena está preparada y allí se reúne Jesús con sus discípulos. Algo que no nos señalan los evangelios es la presencia de las mujeres y niños que acompañaban a Jesús, que posiblemente, también estaban allí, porque la cena de Pascua era, ante todo, una cena familiar.

El lavatorio

Jesús va a romper el esquema de la cena pascual en varias ocasiones. La primera de ella va a producirse con el lavatorio de los pies. Este hecho es contado por san Juan exclusivamente (Jn 13, 1-15).

Mientras cenaban Jesús se levanta, se despoja de su manto y cogiendo la toalla se la puso a la cintura. Este trabajo estaba destinado a los sirvientes y criados, lo que nos está diciendo que Jesús se pone a servir como servidor a sus propios discípulos. Momentos antes habían estado discutiendo de quién sería el mayor, y ahora Jesús les expresaba y les mostraba que el mayor es el que está al servicio de los demás. Algo que, en nuestra cabeza de hombres no entra. Es evidente que Jesús quiere revelar el valor de la humildad, del servicio. Una lección que ya les había dado muchas veces, pero que no acababan de entender.

Algunos de ellos se resisten, pero destaca la resistencia de Pedro. No me lavarás los pies jamás (Jn 13, 8), es la respuesta de Pedro. Una negativa muy tajante. Pero la respuesta de Jesús ablanda hasta al más duro. Si no te lavo, no tendrás parte conmigo (Jn 13, 8). Ahora Pedro se da cuenta que Jesús está dispuesto a rechazarlo como amigo. Jesús lo conoce demasiado bien y saben que, para convencerle, tiene que esgrimir el argumento más profundo al que se puede llegar: O conmigo o contra mí. Pedro no puede soportar estar alejado de Jesús y le replica: No solo los pies, sino también las manos y la cabeza (Jn 13, 9). Cuando llegue el momento entenderá el gesto de amor que Jesús está realizando, pero ahora solo comprende el amor desde el punto de vista humano.

Una vez terminado el gesto del lavatorio, Jesús vuelve a ponerse el manto y vuelve a sentarse a la mesa. Y trata de explicarles el gesto que acaba de realizar. Vosotros estábais pendientes de quién era mayor, de quién se tiene que sentar más cerca de mí en la mesa, pero lo importante no es eso, lo importante es servir a los hermanos, porque, cuando más se sirve (se da), más se obtiene (se gana) (Mt 20, 25-28). Parece un juego de palabras, pero esa es la realidad y eso será lo que ocurrirá esa misma noche.

La institución de la Eucaristía

La cena continúa. En ella se van mezclando las lecturas del Antiguo Testamento, los salmos y cánticos, las explicaciones de Jesús, los juegos con los niños buscando el pan ácimo… Es una verdadera maravilla poder celebrar y disfrutar de esa cena judía.

Y en uno de los momentos de esta cena, Jesús vuelve a cambiar o a introducir su novedad. Ahora va a tomar un trozo de pan, da gracias a Dios por él y lo parte y reparte entre sus amigos. Y mientras lo hace les va diciendo: Tomad y comed, este es mi cuerpo (Mc 14, 22). Y ellos comen el pan. Poco más tarde, tomó la copa con el vino, le dio gracia a Dios por él y lo pasó a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed, esta es mi sangre que será derramada por muchos (Mc 14, 24). Y ellos beben de la copa. Y completa su mensaje diciendo: Haced esto en memoria mía (Lc 22, 21; 1Cor 11, 24).

Los discípulos no supieron lo que se estaba viviendo en ese momento. No se enteraron de que allí estaba instituyéndose la Eucaristía, ni de lo que significaban aquellas palabras. Se darán cuenta más tarde, cuando Jesús resucitado se les aparece y repite el gesto. Entonces se dan cuenta de lo que aquello significaba, como les pasó a los discípulos camino de Emaús.

En aquella cena, la Última Cena, Jesús vive el momento culminante de su experiencia en la tierra: la máxima entrega en el amor al Padre y a los hombres, expresada en su sacrificio.

Oración en el huerto

Terminada la cena, con la alegría metida en el cuerpo porque están celebrando la pascua, la liberación de Egipto, y sin entender muchas de las cosas que han sucedido durante la cena (el lavatorio, la salida de Judas de la cena, el pan y el vino repartidos, el discurso de despedida de Jesús…), salen a Getsemaní (Mt 26, 36). Pero lo que menos quieren ellos ahora es ponerse a rezar. Tienen dos opciones, que continúe la fiesta o bien que se acabe y marchen a dormir, porque el vino de la fiesta está haciendo sus efectos (Lc 22, 45).

Jesús les pide que se queden esperándole allí, entre los olivos, porque él quiere estar a solas. Necesita encontrarse y disponerse a lo que va a suceder. Pero ellos, entre el cansancio y el vino, quedan dormidos. Jesús así los encuentra y les llama la atención. No podéis velar, con lo que yo estoy pasando y vosotros durmiendo (Mt 26, 40). Vuelve a apartarse a orar y cuando vuelve, otra vez dormidos. Y una vez más les llama la atención. Y como dice el refrán no hay dos sin tres. Pero en la tercera vez, Jesús les dice que ya pueden descansar, porque los que vienen a por él, ya están aquí (Mt 26, 46).

Judas encabeza la comitiva que le va a prender. Se le acerca y, con un beso, lo traiciona (Mt 26, 49). Los que le acompañan lo agarran y apresan. A los discípulos se les quita el sueño y los efectos del vino de golpe. Salen corriendo a esconderse. Pero Pedro, una vez más Pedro, el valiente, saca su espada y corta la oreja de uno de los que vienen a buscar a Jesús. La reacción de Jesús vuelve a sorprendernos, Pedro, guarda tu espada (Jn 18, 11). Entonces es cuando Pedro huye, porque ha visto que Jesús no hace nada por defenderse, sino al contrario, le reprocha que se defienda.

Todo a terminado para Jesús y ahora comienza su calvario. En su oración ante el Padre en el huerto ha pedido que se haga tu voluntad, no la mía, pero si quieres, pasa de mí esta copa (Lc 22, 42). Acepta su destino, porque sabe que es la voluntad de Dios y para lo que se ha preparado durante todo este tiempo, pero le gustaría que no acabase todo aquí.

La alegría y felicidad con la que comenzaba el jueves, se ve truncado por la tristeza, desilusión y soledad del final del día.

Artículo publicado en El Faro de Melilla

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