viernes, 15 de abril de 2022

Viernes Santo: La Pasión de nuestro Señor

La noche del jueves al viernes se hizo muy larga para Jesús. Fue apresado en el Huerto de Getsemaní. Sus discípulos salieron corriendo en cuanto vieron a los que venían a buscarlo. Pedro, el que parecía más valiente, se esconde entre las sombras y sigue a la distancia toda la comitiva que traslada a Jesús hasta el sumo Sacerdote en primer lugar. Seguimos la narración de san Juan.

En primer lugar, presentan a Jesús ante Anás, suegro de Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año. En el patio de la residencia habían encendido una hoguera donde los guardias y criados se calientan porque todavía las noches refrescaban. Pedro, que iba acompañado de otro discípulo que era conocido en la casa del sumo sacerdote, pudo acceder al patio donde se calentaba la gente. Si bien, antes, en la puerta, una criada lo reconoce como discípulo de Jesús y como uno de los que le acompañaban. Pero él lo niega.

Anás, interroga a Jesús y le pregunta por sus discípulos y sus enseñanzas. Pero Jesús le responde que todo lo que él ha dicho y hecho ha sido conocido por todos. A quienes tienes que interrogar es a los que me han escuchado le responde Jesús. Ellos han aceptado sus enseñanzas y lo han seguido. Él les ha dado de comer cuando han tenido hambre. Les ha curado cuando han venido con alguna enfermedad… Todo ha sido público, no ha escondido y no tiene nada que esconder.

Pero la respuesta es interpretada como una provocación e impertinencia y le abofetean. Pero Jesús no calla. Vuelve a contestar: ¿por qué me pegas? Todo lo que está sucediendo es una injusticia tras otra y por lo tanto le sale de dentro el revelarse.

Mientras tanto en el patio, nuevamente alguien de los que allí se están calentando reconoce a Pedro como de los discípulos de Jesús. Pero Pedro, cada vez con más miedo, vuelve a negarlo. Por si fuera poco, uno de los parientes del que había cortado la oreja cuando llegaron al Huerto de Getsemaní, le reconoce también y además da más pistas: Te he visto con él en el huerto. Ahora sí, Pedro vuelve a negar ya ofendido. Le acusan directamente y se siente acorralado. Y el gallo cantó. Jesús se lo había dicho durante la cena. Tres veces me negarás antes de que cante el gallo.

Trasladan a Jesús a la casa de Caifás. El juicio religioso ya estaba completado. Este enseña en contra de la doctrina del Templo. Cura a los enfermos y además perdona los pecados. Y solo Dios puede perdonar los pecados. Caifás poco más hace, salvo ratificar la sentencia que ya había dado Anás. Era un puro trámite. La noche iba corriendo.

Caifás, que no puede hacer nada porque los que en definitiva tenían poder para ajusticiar a aquel hombre eran los romanos, lo envía al pretorio. Y empezaba a salir el sol y por lo tanto el viernes se echaba y los judíos ya tenían que empezar a guardarse y prepararse para no caer en impureza y no poder celebrar la cena de Pascua, así que evitan entrar en la casa de Pilato. Es este el que sale a su encuentro. Pilato se da cuenta que aquel que le traen atado no tiene pintas de ser un delincuente, ni un ladrón, ni un asesino. Está convencido de que lo traen por algún problema religioso. Seguro que ya había sido informado del tema, y por eso les contesta: lleváoslo y juzgadlo según vuestra ley.

Entonces ellos le exponen el delito del que quieren juzgar a Jesús: Este dice que es el rey de los judíos. Este se enfrenta al César y no lo reconoce. Este… En definitiva, querían que fuese Pilato el que lo juzgara por delitos políticos y por supuesto, cumpliese la pena máxima, la muerte en la cruz. Así que Pilato, viendo la jugada, lo lleva dentro y lo interroga. ¿Eres tú el rey de los judíos? Y Jesús vuelve a contestar con sequedad: ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? El diálogo entre Pilato y Jesús se centra en los aspectos sobre el reino. Era evidente y lógica esta conversación ya que era de lo que le habían denunciado los que lo habían traído. Pero Pilato no encontraba culpable a Jesús. Sabía que se la querían meter doblada. Tenía que salir de aquella como fuera y entonces se le ocurrió que, como era costumbre por la fiesta de Pascua liberar a un preso, esa sería la posibilidad y oportunidad de dejar libre a Jesús.

Así que, Pilato sale ante el pueblo, dispuesto a dejar en libertad a Jesús y les pregunta: ¿A quién queréis que libere, a Jesús o a Barrabás? El pueblo, que ya estaba comprado comenzó a pedir la liberación de Barrabás, que era un bandido. Y a Pilato no le quedó otra opción que liberar a Barrabás. De aquí viene la tradición de liberar a un preso durante la Semana Santa.

Pilato pensó que, castigándolo un poco, el pueblo ya se quedaría tranquilo y satisfecho. Por lo tanto, se lo dio a los soldados para que lo azotasen. Los soldados, conociendo que les habían entregado al llamado “Rey de los Judíos”, le trenzaron una corona de espinas, le colocaron un manto de color lila y le hacían reverencias, mofándose de aquel rey de pantomima, abofeteándole y escupiéndole.

Pilato está convencido de que, con el castigo que le han dado, el pueblo ya está más que satisfecho. Pero no es así. Ahora el pueblo pide que lo crucifiquen. Y a Pilato no hace falta que se lo digan dos veces. Tenía fama de condenar a la crucifixión con demasiada facilidad. Pero en aquella ocasión no ve que sea culpable más que de enfrentarse a los líderes religiosos y por lo tanto sabe que le han pillado por medio. Así que, no le queda otra opción. Se lo entregará para que sea crucificado. La sentencia a muerte de Jesús ya es definitiva.

El día ha ido pasando y ya casi nos adentramos en el mediodía. Jesús tiene que cargar con su propia cruz. En principio los reos cargaban con el madero horizontal, porque el otro ya estaba en el lugar de la crucifixión. Aún así es un peso y Jesús está agotado. Lleva toda la noche sin dormir, ha sido azotado, ha sido abofeteado… Por lo tanto su cuerpo empieza a sentir el agotamiento. Pilato ha ordenado escribir un letrero en latín, en griego y en hebreo, que eran las lenguas oficiales en aquel momento, en el que se leyese: Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos. Esto crea otro nuevo malestar entre las autoridades judías. Este ha dicho que es… Pero Pilato les responde que lo escrito, escrito está. No tiene intención de cambiar nada, porque ya empieza a estar un poco harto del juicio del Nazareno. Lo que él creía que sería un puro trámite, se ha convertido en su calvario personal.

Jesús tiene que recorrer la ciudad cargado con su cruz hasta el lugar donde será crucificado, que se encuentra a la entrada de Jerusalén. El lugar era llamado “de la Calavera”, porque allí era donde se realizaban las crucifixiones por parte de los romanos. No estaba escogido al azar. Era la entrada (o una de las entradas) a la ciudad y, por lo tanto, era como un escaparate para todos aquellos que llegaban a Jerusalén. Venía a ser un mensaje de advertencia: Liadla y esto es lo que puede sucederos.

En su recorrido Jesús cae, es ayudado por uno que volvía del campo, el cireneo (que en el evangelio de Juan no aparece). La gente lo ve pasar y siguen gritándole, escupiéndole, insultándole… Aquel que hacía unos días había entrado montado en un pollino y había sido alabado como rey, ahora volvía a salir de la ciudad, pero no como un rey sino como un bandido ajusticiado. Y los mismos que lo alababan aquel día, hoy lo insultaban.

Jesús llega al lugar donde va a ser crucificado. Los romanos eran expertos en este castigo. No era la primera y no sería la última vez que crucificaban a alguien. La muerte en cruz era lenta. El ajusticiado se retorcía entre el dolor que le producían los clavos en las muñecas. Pero sobretodo era la sensación de ahogamiento lo peor, ya que el cuerpo se iba venciendo hacia abajo y poco a poco la capacidad de tomar aire de los pulmones se veía reducida, hasta el punto de que moría por falta de aire. Pero Jesús estaba agotado, así que su sufrimiento sería corto.

Allí, al pie de la cruz, María, María la de Cleofás, María Magdalena y Juan. Allí es donde Jesús entrega a Juan (el discípulo amado) a María como su madre y a Juan como su hijo. La imagen de una madre viendo morir a su hijo es impresionante. María contempla, impotente, cómo su hijo se va apagando, se va agotando, se va consumiendo poco a poco.

Tengo sed son las únicas palabras que es capaz de pronunciar. Y le ofrecen una esponja empapada en vinagre. Jesús sabe que aquel líquido está preparado para aliviar su dolor. Era una especie de droga que aliviaba al reo. Pero para él todo está cumplido. Jesús ha llegado a su fin. Inclina la cabeza y expira por última vez. Todas las ilusiones de aquel grupo de seguidores han finalizado, se han acabado. Todas sus esperanzas de que triunfarían sobre los romanos y los expulsarían de su tierra, se han visto trastocadas por la muerte de Jesús. Tantos desvelos para nada.

Estaban en las vísperas de la fiesta de Pascua. Los cuerpos están allí a la vista de todos los peregrinos que venían a Jerusalén para celebrar la fiesta y por lo tanto no era buena imagen. Así que los judíos piden a Pilato que los retiren de allí. Los soldados se acercan a los que habían crucificado junto a Jesús y como todavía están vivos, les quiebran las piernas. Pero Jesús ya está muerto, así que simplemente, para asegurarse de que estaba muerto, le traspasan el costado con la lanza. Al momento brotó sangre y agua del costado. Todo terminó hacia las 5 de la tarde.

Artículo publicado en El Faro de Melilla

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