lunes, 1 de noviembre de 2021

La fiesta de Todos los Santos, no Halloween

Desde hace unos cuantos años, la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, se viene celebrando en nuestro país, la fiesta de Halloween, como una fiesta más de nuestra cultura. Pero hay que señalar que, esta fiesta, no es una fiesta de origen cristiano. La fiesta cristiana fue posterior y es la de Todos los Santos, que recuerda a todas aquellas personas que han fallecido y han llevado una vida más o menos ejemplar, pero no han llegado a los altares de la Iglesia. Y el día 2 de noviembre que recordamos a todos los Fieles Difuntos que nos han dejado y por lo tanto nos preceden en el Reino de los Cielos.

Y entonces, ¿de dónde surge esta tradición de Halloween? El origen de la fiesta lo encontramos en las tierras de Irlanda y de Gran Bretaña, tierra de los Celtas- Estos pueblos tenían una religiosidad muy vinculada a innumerables dioses y al reino animal y espiritual unidas con las fuerzas naturales y rituales sangrientos.

Los Celtas consideraban que el 1º de noviembre era como el día de la muerte, ya que veían que las hojas de los árboles iban cayendo, oscurecía antes y además las temperaturas bajaban. Por lo que creían que Muck Olla, el dios sol, iba perdiendo fuerza y el señor de los muertos, Samhain, le estaba venciendo. Aún más, la víspera, el 31 de octubre, Samhain congregaba los espíritus de los muertos del año pasado que habían sido obligados a habitar en cuerpos de animales como castigo por sus malas obras. El señor de los muertos les permitía regresar a sus hogares para visitar a sus familiares vivos en esa noche.

De esta forma, los Celtas celebraban el último día del verano (31 de octubre) y el primero del invierno (1 de noviembre), celebrando así el final y principio de un nuevo año.

Los días previos al a noche de la muerte, los druidas, que era el nombre que recibían los sacerdotes celtas, iban de casa en casa pidiendo animales, frutos, hortalizas… para realizar un gran sacrificio y ofrenda con ellos. a los que daban, se les prometía prosperidad y los que rehusaban donar su ofrenda, se les maldecía y amenazaba con efectos negativos. Era de suponer e imaginar que todos daban su ofrenda.

La noche del 31 de octubre, los druidas dirigían a la gente en una adoración diabólica en la que todas las ofrendas donadas, eran metidas en jaulas de madera y prendidas fuego. En ocasiones, en estos sacrificios se incluían prisioneros de guerra y criminales condenados.

Estos sacrificios se realizaban para aplacar la ira del señor de la muerte y prevenir que los espíritus hicieran daño a los habitantes y sus cultivos y animales.

Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano, muchas de las fiestas y tradiciones religiosas paganas se cristianizaron. De esta forma, se comenzó a celebrar la fiesta de los Santos (Hallowmas), una fiesta que se prolongaba durante 3 días y que se celebraba entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre. El 31 de octubre pasó a denominarse All Halow’s Eve (la víspera de todos los santos) y poco a poco este nombre fue cambiando hasta el que hoy conocemos como Halloween. Ya en el siglo IV se empieza a celebrar la fiesta de “Todos los Mártires” en la Iglesia de Siria. Pero no es hasta el año 840, cuando se ordena que esta fiesta se celebrase universalmente comenzando con las vísperas del día 31. Por su parte la fiesta del 2 de noviembre de todos los difuntos comenzó en Francia hacia el año 998 y posteriormente se difundió por toda Europa.

Estas costumbres y tradiciones fueron llevadas por los emigrantes irlandeses e ingleses a Estados Unidos desde inicios de 1800, donde se fue confeccionando toda una tradición y fiesta entorno a esta fecha, mezcla de muchas de las tradiciones que ya habían sido olvidadas en Europa. Así, llegado el invierno, lo que se pretendía era espantar a los monstruos, brujas y fantasmas que, durante el invierno (durante la noche), nos invaden. Para ello encendían fuegos y antorchas. Hoy, estas tradiciones vuelven a Europa, transformadas y bastante distorsionadas con lo que era su origen inicial.

Lo que la Iglesia celebra en estos días es que los santos no son personas diferentes de nosotros. En todos los tiempos ha habido santos, de diferente edad, unos niños, otros jóvenes, adultos, hay santos y santas, unos muy inteligentes y otros más sencillos, algunos han nacido muy ricos y otros fueron muy pobres, unos blancos y otros negros, unos han sido santos desde pequeños y otros llevaron una vida en la que no conocían a Dios y se portaron muy mal, pero cuando se encontraron con Jesús y su Evangelio, cambiaron y decidieron ser felices siguiéndolo.

Todos, pero todos, estamos llamados a ser santos. Dios nos quiere santos y para eso nos dio el Don de la Fe. Este fue su regalo que recibimos en el Bautismo y todos los que estamos bautizados tenemos que ser santos, pero también tenemos que querer serlo. Ser santos es querer seguir a Jesús, actuar como él, hacer el bien como él, amar como él. Ser santo es ser amigo de Jesús.

Artículo publicado en El Faro de Melilla

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