Y es que la globalización tiende al descarte. La globalización capitalista en la que nos hemos metido hace y ahora con más fuerza, que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. La pandemia ha reforzado esta idea de globalización capitalista, hasta el punto que, en la actualidad, nos encontramos ante un desabastecimiento mundial.
Hace décadas, se impuso la idea de producir grandes cantidades a menor coste y muchas empresas, por no decir la mayoría, descubrieron la panacea en los países asiáticos, especialmente China. Mucha mano de obra y además con sueldos muy bajos, lo que proporcionaba grandes beneficios. Así que, desmontaron sus fábricas y las trasladaron a China, donde comenzaron a producir como locos.
Pero llegó la pandemia y la dependencia de estos países se hizo realidad. Fueron necesarias mascarillas urgentemente y no había, ya que teníamos que esperar a que llegasen de China. Se fletaron aviones especiales para traerlas. Así que para cubrir esta ausencia, se empezaron a tomar medidas como invertir nuevamente en esta industria dentro de nuestro país. Un gasto doble, ya que primero habíamos desmantelado y dejado lo mínimo y ahora había que volver a montar.
Con este problema ya iniciado, vino otro, el parón de las máquinas. Se dejó de producir porque estábamos encerrados y esto ocasionó otro tipo de desabastecimiento. No había stock, por lo que había que aumentar la producción para poder satisfacer el mercado. Hasta que se acabaron las materias primas que había guardadas, de tal manera que ahora incluso nos encontramos que no hay vino porque no hay botellas, porque no hay vidrio, porque no hay materia prima para fabricarlo.
Esto es la globalización y eso que vivimos en la "aldea global", donde todo está tecnificado y comunicado. ¿Habremos aprendido la lección o seguiremos mirándonos al ombligo de nuestro propio interés?
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