Los primeros días me tragaba los informativos desde el principio hasta el final. Me sentaba delante de la televisión cuando empezaban y hasta que no terminaban no me levantaba para seguir haciendo lo que estaba haciendo o para cenar por las noches. A estas fechas, llevo varios días que no me siento a ver las noticias. Las voy viendo mientras hago otras cosas o simplemente me pongo a preparar la cena. Ya hemos entrado en la dinámica de que todos los días es lo mismo. Cifras, datos, las mismas imágenes... Y cuando uno se habitúa a esto, ya no le llama la atención, ni le preocupa, ni le interesa. Creo que es lo mismo que nos ha pasado con los problemas del hambre, de la miseria y de los países del Tercer Mundo. Nos hemos habituado y no nos preocupan.
Hoy leía un artículo que nos decía que algo bueno tiene esta crisis. He pasado del estrés del trabajo diario y no tener tiempo para la familia, a dedicar todo nuestro tiempo a la familia y no poder llevar a cabo nuestras rutinas diarias de trabajo, esas que nos estresaban. Y lo mejor de todo, hemos descubierto a nuestros vecinos y hemos recuperado amistades del pasado. Y es verdad, vemos con otros ojos a los vecinos, que incluso no saludábamos o toda nuestra conversación era buenos días o buenas tardes. Los vemos con otros ojos. E incluso nos atrevemos a decir a ese vecino de más edad, que si quiere nosotros le hacemos la compra o le llevamos a casa lo que necesite.
Por otra parte hemos llamado o nos ha llamado aquel amigo que había desaparecido, aquel que habíamos perdido contacto desde no se sabe cuando. Y la primera pregunta siempre ha sido la misma: ¿Cómo estamos? Este virus nos ha sacado de nuestro mundo y nos ha hecho recuperar ese otro mundo que teníamos abandonado, ese que siempre decíamos que no teníamos tiempo. Y es que ya lo dice el dicho: A grandes males, grandes bienes.
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